viernes, 20 de febrero de 2009

Mar de fondo


Por Andres Linares


Lejos en el tiempo quedaron los años en que el trabajo artesanal del hombre tenía un valor no solo económico sino también social; y hasta cultural. La posibilidad de valerse de sus propios recursos para ser el sostén del grupo familiar siempre fue un condimento que llenó de hidalguía la tarea del ser humano como integrante de una comunidad.
Primitivamente fue el masculino, como expresión de su género, el encomendado de enfrentarse con el medio natural para extraer de sus entrañas lo justo y necesario que sirviese para satisfacer las necesidades básicas del núcleo a su cargo.
Unos siglos después, y con la influencia industrial revolucionaria ya consumada pero aun en boga, la relación del individuo con su grupo y con su medio comenzó a cambiar. La variación en las formas de producción llevó a generar nuevas clases de asociaciones y a modificar las formas de explotar los recursos generados por el planeta. Y en menos de dos siglos se llegó al estado actual donde la Tierra pide a gritos un respiro y el hombre (ahora empresario y con un interminable deseo de acumulación) solo hace intentos para aumentar su fortuna.
Este no es un marco de explicación dispar a lo que sucede hoy por hoy con los pescadores artesanales de nuestra Ría. Cada vez más acorralados por un puerto privado que no hace más que crecer a favor de los intereses de unos pocos capitales foráneos, fueron testigos del agotamiento agudizado de un recurso sustentable.
El mismo espiral económico que expulsó de sus empleos a tantos trabajadores y que concentró la riqueza en manos menos caritativas, fue el que aumentó la cantidad de personas que decidieron dedicarse a la nada sencilla tarea de pescar para vivir. De esa manera el recurso que ya era bajo no tardó mucho tiempo en volverse escaso.
Lamentablemente los tiempos que para algunos son cortos para otros son eternos. El funcionario que decide tiene la agenda completa de problemas y muchas veces no repara en el hambre de una familia que sufre el día a día. Por tal razón se llega al estado de situación actual donde es tan difícil acordar mediante la palabra.
La solución no parece ser nada sencilla. Mucho menos cuando se trata de que el indefenso David venza al corporativo Goliat.

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