viernes, 13 de febrero de 2009

Comunicación y poder


¿La TV ataca?
La televisión es el medio de comunicación de mayor influencia en nuestras vidas. Hoy, ya consolidado y legitimado como actor político cultural por excelencia, refuerza sus características históricas al paso de una innegable degradación cultural y artística, que se pervierte, por centésimas de rating, en el camino de la tan afamada cuota publicitaria. ¿Qué se esconde tras la, a veces subestimada, a veces magnificada en exceso, caja boba? ¿Cuál es el lugar de la participación democrática? El papel de la crítica y los nefastos efectos una llana condescendencia.


POR ROSARIO SANCHEZ

Televisión argentina; protagonista de la sociedad mediatizada, criatura emblemática, particular, ambiciosa, que desborda sus fronteras para repercutir y actuar en todas las esferas del espacio público y la vida cotidiana. ¿Qué habrá quedado de aquellos comienzos, en 1951, cuando los primeros aparatos fueron traídos al país por el empresario Jaime Yankelevich y las transmisiones primigenias auspiciadas por el gobierno peronista? Sin duda, no tanto las precarias emisiones y programación, tampoco el carácter ritual que implicaba lo novedoso del medio, cuando eran pocos quienes podían adquirirlo. Persisten y se refuerzan, en cambio, los íntimos lazos con la política de turno, los apellidos de siempre, hoy asociados a capitales transnacionales, y un modelo privatista-comercial, hegemónico desde los ’60, centralizado en propiedad, producción, distribución y consumo.
Con un rol social clave, la televisión es, históricamente, productora de discursos. Ni más, ni menos. Dispendia sentidos centrípetamente, brinda o quita, sin culpa, visibilidad a ciertos temas y actores sociales. Ni más, ni menos.
Queda claro, este medio nada tiene de caja boba, negra o como quiera llamársela. Detrás del aparato se montan contenidos nada inocuos, tras ellos una industria sostenida por empresarios, cada vez menos asociados al rubro, que luchan encarnizadamente por la mayor cantidad de publicidad, verdadera sostenedora del reino televisivo; si está se ausenta suelen aparecer programas mediocres y sino, gran parte de las veces, también.
Quizá demasiados imaginan a la TV como ventana al mundo, fiel reflejo de la realidad; otros presienten una intención manipuladora que actúa subrepticiamente, y no tanto, en lo que aparece en pantalla. De todas maneras, el panorama no parece ser alentador, el sistema sabe defenderse muy bien, permanece estable mientras aduce dar al público lo que este quiere ver, y construye amigablemente la agenda de lo que todos “debemos saber antes de salir de casa”.Así es como, la información, transformada en un objeto más de consumo, viaja en un solo sentido, de emisor a receptor y pondera, sólo en algunos géneros, una escueta/ falsa interacción, bajo la ingenua posibilidad de participar vía SMS o llamados telefónicos.
¿Cuál es aquí el lugar del diálogo? ¿Hablamos de transparencia cuando se reduce, neutraliza y, en el mejor de los casos, desvirtúa el curso de lo que no se debe decir? ¿Debemos acaso conformarnos con una pseudo-representación de la diversidad cultural reducida a clichés o anormalidades estereotipadas? No importa, siempre existe la posibilidad de apagar el televisor o hacer zapping cuando algo no nos agrada.
“El sensacionalismo extendido a cualquier temática, el bajo costo de la producción de la programación periodística, la serialización diaria de la ficción, una autorreferencialidad exasperante, la polución publicitaria, la extensión de la agenda televisiva vinculada con el imaginario domestic(ad)o de la mujer (magazine, esoterismo, chismografía, telenovelas) a los horarios centrales, son, entre otras cosas, características que ameritarían una moral critica, especializada o genéricamente cultural, al medio”, afirma, en el tercer número de Cuadernos de Comunicación y Cultura, Carlos Mangone, profesor titular de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UBA.
Frente a una inminente decadencia, proliferan, dentro y fuera de la TV, críticas y juicios envalentonados, aunque son escasos los planteos con fundamento político cultural; se hace difícil discutir en un espacio público en que los medios dominan e impiden lo que se sale de su molde… esa es la idea, más allá de unas pocas excepciones.
En fin, los números tienen que cerrar, ya no importan los criterios ni modos de actuar, en la consecución de este objetivo todo se vuelve válido. En tanto, ¿Cuál es el margen de la discusión y la participación popular en un medio de crucial influencia en la sociedad? ¿Debemos, si es que lo hay, conformarnos con un margen? Mientras sigamos creyendo que la pluralidad de voces pasa por la cantidad de canales que nos ofrece el sistema de cable- que decir de los que ni siquiera acceden a éste- , no estaremos encaminados en un planteamiento crítico y sostenido que pueda traducirse en futuros cambios, por más pequeños que sean.














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