POR FERNANDO PEYRANO
Las encuestas cumplen la importante misión de obtener una “fotografía” que contribuya a retratar el cuadro de situación de una sociedad, reflejado a través de la opinión pública. En otros términos, lo que se intenta obtener es la estimación de diversos parámetros que dejen ver la postura que ha asumido la población respecto a diversas cuestiones que van siendo marcadas por el devenir de la realidad de todos los días; y es la inferencia estadística la principal herramienta analítica que se constituye como la piedra angular de los estudios de esta naturaleza.
En política, los sondeos en reiteradas oportunidades son considerados como una biblia, ya que son portadores de los principios que guían el rumbo que muchos dirigentes emprenden con el fin último de que su obrar coincida con la voluntad de la mayoría. De esta manera, en la Argentina se encuentra una de las principales razones que obligan a llegar a la conclusión ya sabida de que el gobernante no es sinónimo de estadista.
Un estadista es aquel que tiene la mirada puesta en un horizonte que va más allá del paisaje temporal que la vista simple y apresurada puede alcanzar. La agenda de las políticas públicas, en este contexto, apunta a prolongarse en el tiempo y pretende constituirse como uno de los basamentos de la obra del gobierno futuro, pasando a configurarse como una “política de estado” que sea capaz de trascender a cualquier presidencia. El estadista concibe que el rédito no se encuentra en el corto plazo y es conciente de que, quizás, deba afrontar y asumir como propios, cuantiosos costos políticos.
Un gobernante, común y corriente, es todo aquel que no sabe reconocer el éxito del pasado y con una vocación, presuntuosamente reformista, se siente llamado a borrar todo vestigio que pueda dejar el paso de las administraciones anteriores. Su obsesión es perpetuarse y las encuestas se conforman como el faro principal que ilumina sus decisiones para los asuntos públicos. Sus expectativas miopes hacen que no logre ver más allá y que todo su análisis esté impregnado por un sesgo cortoplacista. Lamentablemente, la miopía es una enfermedad muy difundida y “contagiosa” para la mayor parte de la clase política del país.
Por lo tanto, una regla clásica y fundamental de la Ciencia Política que puede esbozarse es la siguiente: “todo estadista es gobernante”; pero la inversa no existe, ya que “todo gobernante no es estadista”.
No obstante, el rol de la encuesta no debe ser despreciado y su funcionamiento como termómetro que mide el humor de la sociedad sirve, justamente, para percibir la percepción social. La información que de ella se puede extraer, si es bien aprovechada y no es objeto de alguna operación política –aunque este uso resulta casi inevitable para muchos- enfrenta la posibilidad de corregir o de profundizar el camino que va tomando el conjunto de las políticas públicas.
Faltan ocho meses para las elecciones legislativas y ya hay sondeos que se han elaborado. El primero de ellos, a nivel nacional, se corresponde con la Consultora Management & Fit.
Una de las cuestiones que quedan plasmadas en la muestra gira en torno a la popularidad del gobierno. Más de la mitad de los encuestados baja el pulgar a la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Las opiniones negativas ascienden a un porcentaje cercano al 56 %, mientras que el 23,30 % ha dado una opinión favorable, aprobando así la marcha de la segunda parte de la administración K. Pese a los esfuerzos que se traducen en el anuncio diario de medidas que tienden a evitar el enfriamiento de la economía y de transmitir una sensación de un gobierno altamente ejecutivo, la balanza que tiende ir al costado no positivo para el oficialismo no ha dejado de inclinarse.
Con respecto a la opinión en torno a la figura de la mandataria, el 27 % de quienes han sido incorporados al muestreo dice tener una buena percepción, representando un deterioro en este indicador, pues se trata de un porcentaje menor al que registraba hacia finales del año pasado.
Esta tendencia contrasta con los altos índices de popularidad que Cristina lucía durante los primeros meses de su mandato. Pero el estallido del conflicto con el campo provino de una bomba cuyas esquirlas sirvieron para que se concretara un fuerte desgaste terminada la primera mitad de 2008. De esta forma, entre enero y julio su imagen positiva pasó del 56,50 % al 20,30 %, coincidiendo el pico más bajo durante la discusión parlamentaria de la Resolución 125 que tumbó al esquema de retenciones móviles a las exportaciones agropecuarias. Luego, la imagen presidencial supo limpiar muchas de las heridas que había sufrido, con lo cual, la recuperación llegó a ubicarla en una cifra cercana al 30 %. La estatización de las AFJP y el primer paquete de medidas económicas se configuraron como uno de los principales factores explicativos respecto a este repunte en la percepción social positiva de la presidenta.
En conclusión, la imagen positiva de Cristina Kirchner cayó un 30 % durante 2008 y su imagen negativa no dejó de crecer. Esto último repercutió en el hecho de encabezar con su esposo el listado de los dirigentes con peor opinión pública. La sensación de que el ex presidente es, hoy, el propietario del poder real y su alto perfil durante la pelea con el agro, son las razones que determinan el porqué Néstor Kirchner ostenta altos guarismos en los indicadores de baja popularidad.
El dato que llama la atención es el relacionado a la escasa legitimidad pública, a nivel nacional, de Carlos Reutemann, quien suena por estas horas como probable candidato a suceder a la dinastía kirchnerista en las riendas del Poder Ejecutivo. De todas formas, está más que conforme con la intención de voto para la elección a senador en su Santa Fe natal.
Por otra parte, otro de los aspectos que cubrió el estudio es que la ciudadanía no posee una opinión favorable ni para al gobierno ni para a la oposición, reflejando su descrédito a la clase política en general. A su vez, esto permite inferir que la oposición no ha sabido capitalizar los desaciertos del oficialismo y que su avance se debe más al conjunto de errores de su adversario, es decir, no se halla ese aparente impulso como fruto de la responsabilidad del mérito propio.
Pero cuando este espacio comienza a desgranarse en nombres propios, dos de sus referentes superan por amplio margen a la imagen positiva de los integrantes del matrimonio presidencial. Así, el vicepresidente Julio Cobos permanece en la cima de las preferencias, mientras que la líder de Coalición Cívica, Elisa Carrió, lo sigue de cerca.
El tercer dirigente con la mejor performance en este campo del estudio es el gobernador bonaerense, Daniel Scioli. Uno de los pocos oficialistas que ha logrado quedarse en el candelero y cuya administración puede ostentar altos índices de aprobación.
No obstante, si las elecciones fueran hoy, Elisa Carrió sería elegida presidente de la Nación, cosechando el 12 % de las adhesiones. Le sigue Cobos con el 9 % de los votos de los consultados. El tercer escalón lo ocupa el ex presidente Kirchner pese a sus bajos niveles de popularidad. Todo esto viene a confirmar la tesis de que la imagen positiva de un candidato no es una variable que guarde una alta correlación con la intención de voto.
Debe contemplarse en esta lectura la lejanía con respecto a los comicios presidenciales y un escenario en donde se muestra un altísimo grado de dispersión entre los posibles actores de todo este entramado. Además, debe incluirse a las elecciones legislativas de octubre, ya que no hará más que achicar esta larga lista de postulantes.
Así, esta encuesta sirve para ilustrar, con cierta precisión, la realidad que caracteriza al verano actual de la Argentina. Faltan muchos meses para que llegue el 25 de octubre, una fecha que se constituye como una prueba de fuego para opositores y oficialistas. Ni hablar de lo que resta para 2011. Pero el sondeo aparece aquí como la principal herramienta para evaluar las características de las circunstancias que tienen que ver con el hoy.
En política, los sondeos en reiteradas oportunidades son considerados como una biblia, ya que son portadores de los principios que guían el rumbo que muchos dirigentes emprenden con el fin último de que su obrar coincida con la voluntad de la mayoría. De esta manera, en la Argentina se encuentra una de las principales razones que obligan a llegar a la conclusión ya sabida de que el gobernante no es sinónimo de estadista.
Un estadista es aquel que tiene la mirada puesta en un horizonte que va más allá del paisaje temporal que la vista simple y apresurada puede alcanzar. La agenda de las políticas públicas, en este contexto, apunta a prolongarse en el tiempo y pretende constituirse como uno de los basamentos de la obra del gobierno futuro, pasando a configurarse como una “política de estado” que sea capaz de trascender a cualquier presidencia. El estadista concibe que el rédito no se encuentra en el corto plazo y es conciente de que, quizás, deba afrontar y asumir como propios, cuantiosos costos políticos.
Un gobernante, común y corriente, es todo aquel que no sabe reconocer el éxito del pasado y con una vocación, presuntuosamente reformista, se siente llamado a borrar todo vestigio que pueda dejar el paso de las administraciones anteriores. Su obsesión es perpetuarse y las encuestas se conforman como el faro principal que ilumina sus decisiones para los asuntos públicos. Sus expectativas miopes hacen que no logre ver más allá y que todo su análisis esté impregnado por un sesgo cortoplacista. Lamentablemente, la miopía es una enfermedad muy difundida y “contagiosa” para la mayor parte de la clase política del país.
Por lo tanto, una regla clásica y fundamental de la Ciencia Política que puede esbozarse es la siguiente: “todo estadista es gobernante”; pero la inversa no existe, ya que “todo gobernante no es estadista”.
No obstante, el rol de la encuesta no debe ser despreciado y su funcionamiento como termómetro que mide el humor de la sociedad sirve, justamente, para percibir la percepción social. La información que de ella se puede extraer, si es bien aprovechada y no es objeto de alguna operación política –aunque este uso resulta casi inevitable para muchos- enfrenta la posibilidad de corregir o de profundizar el camino que va tomando el conjunto de las políticas públicas.
Faltan ocho meses para las elecciones legislativas y ya hay sondeos que se han elaborado. El primero de ellos, a nivel nacional, se corresponde con la Consultora Management & Fit.
Una de las cuestiones que quedan plasmadas en la muestra gira en torno a la popularidad del gobierno. Más de la mitad de los encuestados baja el pulgar a la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Las opiniones negativas ascienden a un porcentaje cercano al 56 %, mientras que el 23,30 % ha dado una opinión favorable, aprobando así la marcha de la segunda parte de la administración K. Pese a los esfuerzos que se traducen en el anuncio diario de medidas que tienden a evitar el enfriamiento de la economía y de transmitir una sensación de un gobierno altamente ejecutivo, la balanza que tiende ir al costado no positivo para el oficialismo no ha dejado de inclinarse.
Con respecto a la opinión en torno a la figura de la mandataria, el 27 % de quienes han sido incorporados al muestreo dice tener una buena percepción, representando un deterioro en este indicador, pues se trata de un porcentaje menor al que registraba hacia finales del año pasado.
Esta tendencia contrasta con los altos índices de popularidad que Cristina lucía durante los primeros meses de su mandato. Pero el estallido del conflicto con el campo provino de una bomba cuyas esquirlas sirvieron para que se concretara un fuerte desgaste terminada la primera mitad de 2008. De esta forma, entre enero y julio su imagen positiva pasó del 56,50 % al 20,30 %, coincidiendo el pico más bajo durante la discusión parlamentaria de la Resolución 125 que tumbó al esquema de retenciones móviles a las exportaciones agropecuarias. Luego, la imagen presidencial supo limpiar muchas de las heridas que había sufrido, con lo cual, la recuperación llegó a ubicarla en una cifra cercana al 30 %. La estatización de las AFJP y el primer paquete de medidas económicas se configuraron como uno de los principales factores explicativos respecto a este repunte en la percepción social positiva de la presidenta.
En conclusión, la imagen positiva de Cristina Kirchner cayó un 30 % durante 2008 y su imagen negativa no dejó de crecer. Esto último repercutió en el hecho de encabezar con su esposo el listado de los dirigentes con peor opinión pública. La sensación de que el ex presidente es, hoy, el propietario del poder real y su alto perfil durante la pelea con el agro, son las razones que determinan el porqué Néstor Kirchner ostenta altos guarismos en los indicadores de baja popularidad.
El dato que llama la atención es el relacionado a la escasa legitimidad pública, a nivel nacional, de Carlos Reutemann, quien suena por estas horas como probable candidato a suceder a la dinastía kirchnerista en las riendas del Poder Ejecutivo. De todas formas, está más que conforme con la intención de voto para la elección a senador en su Santa Fe natal.
Por otra parte, otro de los aspectos que cubrió el estudio es que la ciudadanía no posee una opinión favorable ni para al gobierno ni para a la oposición, reflejando su descrédito a la clase política en general. A su vez, esto permite inferir que la oposición no ha sabido capitalizar los desaciertos del oficialismo y que su avance se debe más al conjunto de errores de su adversario, es decir, no se halla ese aparente impulso como fruto de la responsabilidad del mérito propio.
Pero cuando este espacio comienza a desgranarse en nombres propios, dos de sus referentes superan por amplio margen a la imagen positiva de los integrantes del matrimonio presidencial. Así, el vicepresidente Julio Cobos permanece en la cima de las preferencias, mientras que la líder de Coalición Cívica, Elisa Carrió, lo sigue de cerca.
El tercer dirigente con la mejor performance en este campo del estudio es el gobernador bonaerense, Daniel Scioli. Uno de los pocos oficialistas que ha logrado quedarse en el candelero y cuya administración puede ostentar altos índices de aprobación.
No obstante, si las elecciones fueran hoy, Elisa Carrió sería elegida presidente de la Nación, cosechando el 12 % de las adhesiones. Le sigue Cobos con el 9 % de los votos de los consultados. El tercer escalón lo ocupa el ex presidente Kirchner pese a sus bajos niveles de popularidad. Todo esto viene a confirmar la tesis de que la imagen positiva de un candidato no es una variable que guarde una alta correlación con la intención de voto.
Debe contemplarse en esta lectura la lejanía con respecto a los comicios presidenciales y un escenario en donde se muestra un altísimo grado de dispersión entre los posibles actores de todo este entramado. Además, debe incluirse a las elecciones legislativas de octubre, ya que no hará más que achicar esta larga lista de postulantes.
Así, esta encuesta sirve para ilustrar, con cierta precisión, la realidad que caracteriza al verano actual de la Argentina. Faltan muchos meses para que llegue el 25 de octubre, una fecha que se constituye como una prueba de fuego para opositores y oficialistas. Ni hablar de lo que resta para 2011. Pero el sondeo aparece aquí como la principal herramienta para evaluar las características de las circunstancias que tienen que ver con el hoy.
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