miércoles, 11 de marzo de 2009

Villa Ventana: sed de respuestas


Por Fernando Peyrano


Ya son varios meses que el suelo de la provincia no se ve regado por la lluvia. Una dura sequía atraviesa, como si fuera con una espada de fuego, los campos y las ciudades, los cuales, se ven atrapados en ambientes dominados por las altas temperaturas que no hacen más que agravar el calor despiadado de un verano que quedará guardado en los anales de la historia, como aquel que supo despertar la sensación térmica con las marcas más altas. Esto será así si lo peor de todo este fenómeno ya pasó.

Pero este difícil panorama también se repite en otras latitudes del país, más precisamente, en la franja que tiene como punto de arranque al centro-oeste y que culmina en el noreste argentino, incluyendo a provincias como Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Chaco y Formosa.

Y este clima seco que provocó ambientes áridos trajo la mortandad de numerosas cabezas de ganado, quienes al rayo del sol, cedieron, estremeciéndose en el suelo y en donde, irremediablemente, se entregaron a la muerte, que les tardaba en llegar. También se echaron a perder cosechas enteras, tirando a la basura millones de dólares. La respuesta gubernamental fue la tardía emergencia agropecuaria, que no logró evitar el recrudecimiento de los síntomas que refieren el estado desastroso de la actividad agrícola-ganadera.

Quien piense que la falta de lluvia es un problema propio del campo, comete el pecado de la equivocación. La falta de lluvia implica un problema sumamente grave ya que incide en la calidad y en la cantidad de un bien que es esencial para la vida: el agua potable. Así, como el mismo planeta Tierra, el ser humano contiene cerca de un setenta por ciento de agua, y tan fundamental es este recurso que una persona puede sobrevivir día enteros sin comer –más allá de la dolorosa situación que comparten millones de argentinos- pero mucho menor es la supervivencia sin probar una gota de agua.

Villa Ventana, una localidad casi escondida por el cordón serrano pero no por ello impedida de la invasión de turistas atraídos por la admiración hacia la belleza y la tranquilidad que el lugar ofrece, se conforma como uno de los ejemplos emblemáticos de la grave situación que impone la escasez de agua potable. Villa Ventana le ha tocado vivir en carne propia y con mayor dureza los efectos que la sequía deja sobre el territorio que ha decidido golpear. Tanto es así que la ausencia de lluvia hace que las capas subterráneas contengan alrededor de un veinte por ciento menos de agua, y con ello, la oferta de recursos hídricos no hace más que caer. Y, de esta manera, un volumen menor de agua para un mismo número de individuos que conforma la población, determina la escasez.

La situación de esta localidad es realmente desesperante. Estas circunstancias forman parte de una realidad que se venía dando desde hace mucho tiempo y los albores de 2009 se constituyen como el punto más álgido de la crisis. A fines de 2008, los habitantes no sólo se encontraron con las napas secas, sino que además se encontraban contaminadas.

Por lo tanto, la contaminación y la escasez no hacen más que entremezclarse para dibujar un cuadro dramático, caracterizado por los cortes de agua sucedidos de manera constante, y el vertido, una vez abierta la canilla, de un líquido de color marrón. Quedan rotas, así, las cualidades que debe reunir el mineral y las necesarias para que quede consagrada la potabilidad: la insipidez, la transparencia y la falta de olor. De esta forma, quebrantadas esas características, la Secretaría de Salud del municipio debió decretar que el agua de red no es apta para el consumo humano.
Los vecinos, quienes por estas horas se muestran movilizados y embarcados en el reclamo de la normalización en la provisión un recurso tan básico, debieron abastecerse de bidones, ya que el consumo de la red significaría un grave peligro y una alta exposición a riesgos para la salud de los lugareños, riesgos que, incluso, pueden traducirse en enfermedades que podrían mostrar síntomas recién en el largo plazo.

El calor no hace más que acentuar el conflicto y valorar más que nunca la falta de este recurso esencial. En otros términos, la falta de lluvias y las altas temperaturas provocan que los cortes del servicio sean cada vez más recurrentes y prolongados, con lo cual, se cierra un círculo vicioso, ya que los elementos del contexto no hacen más que despertar la necesidad del agua, y esto presiona sobre el empobrecido y debilitado sistema, incapaz de proveer respuestas a esas necesidades.

Algo similar ocurre con la energía eléctrica. La estructura sobre la que se sustenta la oferta del sector está saturada y la demanda excedente que crece al calor del termómetro, hace disparar por el aire a varios de los transformadores repartidos en las ciudades y la luz se ausenta por horas en días en los que la sensación térmica rompe la barrera de los cuarenta grados.

La falta de inversiones se configura como uno de los factores responsables de que las empresas que se hicieron cargo de los servicios públicos no se encargaran de ensanchar la capacidad de prestarlos de acuerdo a lo estipulado en los distintos contratos de concesión. Una vez más se llega a la conclusión repetida hasta el hartazgo: la falta de verdaderos mecanismos de control en la Argentina.

En este sentido, esto es lo que los vecinos autoconvocados de Villa Ventana han señalado. La Cooperativa de Obras y Servicios Públicos es la empresa que se ha quedado allí con la provisión de agua potable, un ente que ha demostrado como tantos otros no encontrarse a las alturas de las circunstancias. Aparece como factor coresponsable de esta situación, junto con el poder político, el cual, se ve algo movilizado gracias al empuje y a la presión de los lugareños. Pero sin dudas es una actitud que aún parece no alcanzar.

No obstante, como si fuera poco, los habitantes de Villa Ventana debieron presenciar la humillación que significa el hecho de haber recibido boletas por el servicio de agua con sumas abultadas, es decir, con una importante suma de dinero a pagar. Ahora bien, queda ajena al ámbito de la discusión la obligación que conlleva hacerse cargo del mantenimiento de la estructura, pero la justificación no encuentra espacio cuando se trata de un servicio que los vecinos vieron interrumpido durante unas 23:20 horas por día. Lo que equivale a decir que deben afrontar el pago por un servicio que, en promedio, sólo pudieron disponer durante unos cuarenta minutos diarios. Desde la empresa se argumenta que el incremento sustancial responde al retiro de la política de subvenciones que el gobierno venía desplegando desde hace años, lo que provocaba el congelamiento de las tarifas públicas. Una vez quitados los subsidios, los precios de los servicios públicos crecieron de golpe, viéndose reflejados en subas porcentuales siderales. Sin embargo, para el caso concreto de Villa Ventana, este no sería el momento oportuno para llevar a cabo esa actualización tarifaria; las circunstancias actuales caracterizadas por la falta de agua potable no fundamentan ese “tarifazo”. Es como agregar litros de combustible sobre una fogata. Se agrega mayor crispación, una cuota más de nerviosismo a los ánimos ya inquietos.

Los vecinos autoconvocados firmaron una misiva en la que invocan una “digna bronca” como respuesta a las actitudes de la Cooperativa y de las autoridades.

“Nuestra digna bronca es por higiene, por salud y nos contestan con inoperancia, con desidia… Nuestra digna bronca es porque se hagan obras y nos contestan con irresponsabilidad… Nuestra digna bronca es por el abandono de una comunidad entera y no nos contestan…” Estas son palabras que resumen el humor social del lugar y su voluntad de revertir esta crisis, de reclamar por un elemento vital para la existencia del ser humano.

Bahía Blanca vivió un episodio similar en 2000 cuando los bahienses debieron acudir también a los bidones de agua mineral y a los surgentes para suplir el deficiente servicio de la no bien recordada Azurix. El problema al que se enfrentaba, por aquel entonces, era distinto, pero en el fondo era parecido. La calidad de la potabilidad se veía enrarecida por la suciedad y el olor del líquido. Este problema estructural nunca encontró una solución auténtica porque, de vez en cuando, resurge desde la superficie.

Y la sequía, aquí, también comete sus estragos ya que si, dentro de unos dos años, la falta de lluvias persiste, el Dique Paso de las Piedras continuará secándose y la postal de Villa Ventana se repetirá, aunque con los altos edificios, la población más populosa, la falta de un ambiente serrano y el aire urbano de Bahía Blanca.

Cuesta creer que, entrado el siglo XXI, todavía se asista a las dificultades que trae consigo la escasez de agua potable. Que actos tan cotidianos como asearse, lavar la ropa o los alimentos que se sirven en la mesa se vean entorpecidos, que resulten casi irrealizables.

Cuesta creer que el agua no forma parte de las políticas públicas, ya que los gobiernos no pueden echarle la culpa de estas circunstancias a la sequía. Si bien estas condiciones se ven agudizadas por la naturaleza, el hombre debe estar preparado para obrar en consecuencia cuando le sea posible. Y echarle la culpa a la naturaleza es un intento de llevar al segundo plano la inoperancia, en otra materia, de la clase dirigente. Es como querer tapar el sol con la mano.

También se debe llamar la atención al uso poco racional que los usuarios residenciales realizan a diario y esto responde a una falta de conciencia de que el agua se constituye como un elemento que sin él no hay existencia.

En las próximas décadas, el agua será un bien sumamente escaso. Faltará en muchas regiones del mundo. Nada hace pensar que Argentina escapará a esta realidad. Todavía se está a tiempo de poder evitar algunos efectos del cambio climático, consecuencia del accionar soberbia e irresponsable de la humanidad, sin tener en cuenta que muchos daños son ya irreversibles.

Ese cambio de mentalidad no ocurrirá sin una toma de decisiones segura, firme, que comprometa a los líderes mundiales. Esto no sucederá mientras se deje correr el agua salida de la canilla pensando que nunca acabará, a pesar de habitar en un planeta cubierto en un setenta por ciento de recursos hídricos, pero sólo el tres por ciento de ese total se conforma por el agua que resulta apta para el consumo humano.


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